Murillo, 400 años de barroco sevillano.

          Aprovechamos que hemos finalizado el año 2017, y nos encontramos iniciando un nuevo año, mientras la ciudad está inmersa en la celebración del IV centenario del nacimiento del que fuera su ilustre vecino, Bartolomé Esteban Murillo. Aún no se conoce la fecha exacta de su nacimiento en los últimos días de 1617, pero se deduce porque fue bautizado el 1 de enero de 1618 en la parroquia de Santa Mª Magdalena, que por entonces se ubicaba en la actual Plaza de la Magdalena.

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Murillo. La mirada innovadora. (Ayuntamiento de Sevilla).

Nació en una Sevilla marcada por el monopolio del comercio de las Indias, que iba disminuyendo en favor de Cádiz, además de ser la ciudad más poblada a pesar de las epidemias sufridas en dicha época. Era el menor de catorce hermanos de una familia acomodada, aunque quedó huérfano a temprana edad, por lo que pasó a vivir bajo la tutela de una de sus hermanas mayores y su marido, con los que convivió  hasta que contrajo matrimonio en 1645 con Beatriz Cabrera. La pareja tuvo al menos nueve hijos, sobreviviendo tan sólo cinco de ellos, y falleciendo la madre el 31 de diciembre de 1663.

Aunque no se conoce bien el inicio de su carrera, los investigadores parecen estar de acuerdo en que aprendió durante su juventud en el taller del pintor Juan del Castillo, familiar de su madre. Pero también es cierto que otros autores ejercerán cierta influencia en sus obras, tales como Francisco de Herrera «el Viejo», Zurbarán y posteriormente Francisco de Herrera «el Mozo». Sí sabemos que fue un hombre religioso, comprometido con la ayuda al prójimo, como demuestra su amistad y colaboración con Miguel de Mañara, fundador de la Hermandad de la Caridad e incluso padrino de dos de los hijos del pintor, también fue devoto de la Cofradía del Rosario, llegando a recibir en 1662 el hábito de la Venerable Orden Tercera de San Francisco.

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«Visión de fray Julián de Alcalá de la ascensión del alma de Felipe II de España»,1645-46.  (The Clark Art Institute. Williamstown, Massachusetts, USA).

Comenzó entonces su carrera artística con encargos para las Américas, pasando luego a Madrid bajo la protección de otro gran artista sevillano, Velázquez. Pero tuvo que esperar hasta el mismo año de su boda, 1645, para recibir el que sería su primer gran encargo, once lienzos para decorar el Claustro Chico del Convento-Casa Grande de San Francisco de la ciudad hispalense, los cuales finalizaría en 1648, pero que desgraciadamente fueron saqueados por las hordas gabachas de Napoleón que tanto daño hicieron entre la población sevillana y sus edificios públicos y religiosos, comandadas por el Mariscal Soult, de ahí que se encuentren repartidos por diferentes ciudades del mundo, al igual que muchas otras de sus pinturas.

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«La Inmaculada y fray Juan de Quirós», 1653. (Palacio Arzobispal de Sevilla-Archidiócesis).

Posteriormente, llegó la horrible epidemia de peste de 1649 que asoló la ciudad, causando una gran mortandad como ha quedado patente en muchas de nuestras plazas. Eso contribuyó a que no surgieran grandes trabajos como el anterior y sí otros de carácter religioso, ante la fe y esperanza tras dicha desolación, lo que supuso un gran número de obras, tanto en iglesias y conventos como en clientes particulares en su mayoría. Mientras el autor seguía desarrollando su estilo que le llevaría a ser uno de los maestros del Barroco.

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«Retrato de Don Justino de Neve», 1665. (The National Gallery, London, UK).

A mediados del s.XVII, nos adentramos en la mejor etapa del artista, con obras como los tres lienzos de la vida de San Juan Bautista para el Convento de San Leandro y actualmente repartidos en Chicago, Berlín y Cambridge. Pero sin duda, terminó de consagrarse con los grandes encargos de su amigo y albacea Justino de Neve, canónigo de la Catedral de Sevilla y fundador del Hospital de los Venerables, que era sevillano de origen flamenco, lo cual también sirvió para abrirle las puertas de este pujante mercado a Murillo. También fue el encargado de costear la restauración de Santa Mª la Blanca, de ahí que también encontremos obras del pintor en esta iglesia, como «La Sagrada Cena» y réplicas de otras robadas por los franceses. Al parecer, como muestra de agradecimiento, el pintor sevillano regaló a su amigo el retrato que vemos arriba. Ya hacia 1664, realizó diversas obras para  el Convento de San Agustín y desde 1670 comenzó sus trabajos para el Hospital de la Caridad, donde coincidiría con Valdés Leal. Aunque pintó bastantes retratos y escenas infantiles cotidianas, destacan sus obras de tema religioso, ya que los Santos, el Niño Jesús y las Vírgenes abundaron en su carrera, pero sin duda se le conoce por «el pintor de las Inmaculadas», dada su maestría a la hora de pintar dicha estampa mariana.

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Fachada del Museo Casa de Murillo en la c/Santa Teresa. (Europa Press).

Finalmente, en los que serían sus últimos años, Sevilla estaba hundida en la hambruna y en los daños de un terremoto, por lo que no tuvo encargos de gran envergadura, pero es cierto que no le faltaron obras que pintar gracias a sus contactos y amigos, hasta que falleció el 3 de 1682, dejando sin terminar un gran lienzo para la iglesia del Convento de los Capuchinos de Cádiz, según la leyenda, debido a una hernia por una caída sufrida en dicho templo mientras pintaba, pero no olviden que estamos en la Sevilla Legendaria, y la realidad es que comenzó ese trabajo sin tan siquiera salir de esta su ciudad, la misma que le recuerda con una calle en su barrio de nacimiento, unos jardines junto a su otro querido barrio de Santa Cruz, además de toda una barriada y un instituto. Esta urbe que ahora se llena de exposiciones, rutas, lugares y recuerdos hacia su figura en esta efeméride, disfrútenla.

J.M.

7 comentarios sobre “Murillo, 400 años de barroco sevillano.”

  1. El sábado fui a la exposición de Santa Clara y aquello parecía un jubileo, con dos colas notables en la calle incluyendo los que ya traían la entrada comprada por internet, de modo que sirva de aviso para los interesados en el evento. Mejor ir un día entre semana si es posible. Por cierto que no acabo de enterarme de por qué razón las exposiciones de pintura las iluminan de un tiempo a esta parte tan pésimamente, que más que en una muestra parece que está uno en una cripta

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