Así es amigos, hoy les traemos la historia de Munigua y para ello deben prepararse porque como reza el título, hay que encontrar esta antigua ciudad romana en medio de las estribaciones de nuestra Sierra Norte, allí dónde la comarca de la Vega del Guadalquivir se difumina en una de esas zonas mineras de Sierra Morena que los romanos supieron aprovechar.

Para llegar hasta allí, nos dirigimos el pasado domingo a la actual población de Villanueva del Río y Minas, a unos 43 km al nordeste de la ciudad. Un municipio que ha ido evolucionando junto al río Guadalquivir y posteriormente alrededor de Las Minas y el afluente Rivera del Huéznar, pero el mayor tesoro del lugar se ubica a unos 7 km más arriba junto al arroyo del Tamahoso y se trata del Conjunto Arqueológico de Munigua. Se accede a través del Cordel del Pedroso, que transita cercano a la vía del tren hasta el recientemente desaparecido apeadero de Arenillas, ya que pasa a adentrarse en las fincas “El Fijo” y “Majadal Alto”, propiedad privada en la que se asienta este yacimiento que desde el año 1931 está declarado Bien de Interés Cultural y Monumento Nacional. Ya en el lugar pudimos disfrutar, con la familia ganadora del sorteo que hicimos en Facebook, de la interesante visita guiada que nuestros amigos de Mosaiqueando tenían programada

Su origen se traslada a un antiguo poblado íbero en el s. IV AC, de nombre Mulva, de ahí que el enclave sea también conocido como el Castillo de Mulva. Posteriormente comenzaría su transformación con la llegada del Imperio Romano en la época de César Augusto, al inicio de nuestra era, pero no sería hasta el último tercio del s. I cuando el emperador Vespasiano concede el derecho latino y la entidad de Municipium Flavium Muniguense a esta población, que con este nuevo nombre reconocía su agradecimiento a dicho emperador en la tessera de hospitalidad conservada en placa de bronce y acuñando moneda con el rostro del mandatario de la dinastía Flavia. De esta época de bonanza surgen la mayoría de edificios públicos como el Foro, el Santuario o las Termas, que es el inicio de la visita al traspasar el antiguo trayecto de la muralla, curiosamente inacabada, quizás amparada en la protección de un mayor caudal pasado del Tamahoso. Precisamente en las Termas que vemos en la foto, también se conservan restos murales de pinturas y estucos, algo que ocurre en pocas ocasiones, como en Pompeya por ejemplo.

Su importancia como punto estratégico en la obtención de minerales, hizo que su fundición de hierro adquiriera mayor relevancia, a pesar de encontrarse alejada de la Vía Augusta y la Vía de la Plata. Lo cual sirvió para que la ciudad aumentara su carácter mercantil, haciéndola más especial si cabe, ya que fue adaptando su forma y crecimiento al terreno, sin seguir las pautas de construcción habituales en Roma. Aquí no hay cardus y decumanus que se crucen, se utilizaron rampas y terrazas para ir elevándose. Algunas de las domus se cimentaron aprovechando las piedras del antiguo poblado turdetano, algo tan inusual que son los restos romanos los que suelen haber servido como cimentación a culturas posteriores como los árabes. Tampoco encontramos un teatro ni un anfiteatro, para eso ya estaban los de Itálica, Híspalis o Carmo, a este emplazamiento se venía a trabajar, ya fuera en el poder, la curia, las minas o el comercio. Su población llegó a ser de pocos miles de habitantes, ya que aunque no en todo el terreno que abarca la muralla se localicen viviendas, se entiende que habría otras construcciones en madera, como barracones o chozas que no han llegado a nuestros días, pero necesarias para abarcar militares y mineros. Otra singularidad es que las necrópolis, como vemos en el siguiente plano, están ubicadas intramuros en vez de ser exteriores como obligaba el Imperio.

Seguimos nuestra visita a través del Foro, de algunas casas de familias importantes, y vamos subiendo hacia la terraza donde vemos el pequeño altar dedicado a Mercurio, dios del comercio y el Templo de Podium, para llegar a través de rampas a lo más alto, el Santuario dedicado probablemente a la diosa Fortuna o a Hércules, único en la Península Ibérica, y similar a pocos en la región italiana del Lazio. Es sin duda el emblema del yacimiento, a pesar de no quedar nada del mármol que lo decoraba, pero se intuye su elegancia y majestuosidad, además se puede contemplar toda la naturaleza que lo rodea, alcanzando la vista hasta Carmona perfectamente.

Pero Munigua también tuvo su particular caída, como el Imperio. A finales del s. III sufrió un terremoto que causó diversos daños estructurales, a lo que sumamos una crisis mineral a comienzos del s. IV y la mayor aceptación del cristianismo, por lo que tenemos como resultado el abandono paulatino del municipio en las fechas posteriores, mientras el expolio, el olvido y la propia naturaleza van escondiendo este tesoro, ya testimonial hasta el final de la ocupación islámica. Y así permaneció, tan sólo visible el Santuario coronando la colina, el mencionado Castillo de Mulva por su aspecto de fortaleza, hasta que fue “redescubierto” en 1756 por D. Sebastián Antonio de Cortés y D. José de las Quentas Zayas, miembros de la por entonces recientemente fundada Real Academia Sevillana de Buenas Letras, que pusieron de manifiesto la importancia del lugar en una publicación de 1757.

Curiosamente, 200 años después, en 1956 llegó un joven arquitecto y arqueólogo, el alemán Theodor Hauschild, autor de numerosas excavaciones y estudios para el Instituto Arqueológico Alemán de Madrid, institución teutona que desde hace más de 50 años viene realizando una gran labor por conservar y dar a conocer Munigua, manteniendo una gran relación con la finca, los trabajadores, la localidad y el Museo Arqueológico de Sevilla. Unas investigaciones que actualmente continúan llevando a cabo el arqueólogo Thomas G. Schattner y su equipo, con diversas publicaciones.

Y finalizamos agradeciendo a todas las personas que de algún modo han trabajado por intentar poner en valor este particular tesoro provincial de nuestra Sevilla Legendaria y felicitando a nuestros amigos de Mosaiqueando por mostrárnoslo, porque es una más que interesante visita a la naturaleza y a nuestra historia.
J.M.
Llevo la torta de años queriendo ir, pero me da tanta pereza la caminata…
Pues no lo pienses más y en cuanto refresque la temporada has de aprovechar para visitarla, que tampoco es tan larga la caminata, jejeje. Este verano, al parecer, van a instalar paneles informativos. Es muy recomendable, un saludo.
Creo que eran si mal no recuerdo unos 4 km. ¿no? En fin, cuando llegue el invierno lo pondré en la lista de proyectos de dudoso resultado y a ver si me animo.
Así es, desde la zona del antiguo apeadero en la que se aparcan los vehículos hasta el recinto son unos 2 km, por tanto unos 4 km de ida y vuelta, más el recorrido de la visita. Sí es aconsejable no ir en épocas muy calurosas, ni de lluvias que dificulten cruzar el arroyo Tamahoso.
Bueno, iré mentalizándome. Cuando llegue finales de noviembre o principios de diciembre, que es cuando se puede salir al campo, a ver si pillo un día nublado y me acerco.
Buena idea, ahora mismo no es momento propicio en plena canícula. Un saludo.