Richard Ford en Sevilla.

          Poco a poco, pasan estos cálidos días de una estación otoñal que parecía haber llegado con puntualidad inglesa este año. Y precisamente hoy vamos a escribir sobre un personaje inglés que mantuvo una breve pero marcada relación con esta ciudad, y por tanto con su historia. Y es que hace ciento ochenta años, por estas fechas, un señor llamado Richard Ford retornaba a su Inglaterra natal partiendo desde la otra ciudad andaluza donde dejó huella, Granada, lugar al que había llegado en la época primaveral proveniente de Sevilla, como acostumbraba a alternar de residencia entre ambas urbes. Ha llovido bastante desde entonces, pero desde este espacio vamos a intentar pasear a través de su legado gráfico para conocer un poco más al dibujante y a la ciudad que plasmó en el papel.

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Retrato de R. Ford, óleo de Antonio Chatelain basado en su original de 1840 de la colección de Brinsley Ford. (National Portrait Gallery, London).

 

Nacido en Londres el año 1796, estudió derecho y trabajó para algunos periódicos locales como periodista y dibujante, conociendo incluso a Beethoven. Se casó en primer lugar con Harriet Capel en 1824, con la que tuvo tres hijos, algunos nacidos aquí y entre ellos el pequeño Richard Capel «Brubby», fallecido a corta edad en esta ciudad y enterrado en el «Cementerio de los Ingleses«. Desembarcaron en 1830 en Gibraltar para dirigirse hacia Cádiz y subir en un barco de vapor hasta Sevilla, llegando el 19 de noviembre del mismo año para establecer aquí su residencia habitual en busca de un clima más cálido que en la ciudad del Támesis y unos veranos más suaves a los pies de Sierra Nevada. También sabemos que tras su regreso a las islas, contrajo matrimonio en dos ocasiones más, falleciendo finalmente en Exeter en 1858. Afortunadamente, antes ya había publicado su «Manual para viajeros por España«, obra que lo convertiría en el escritor hispanista por excelencia, acercando al lector a esa España del s. XIX y en particular una Sevilla en la que resalta su mezcolanza islámica-cristiana, algo exótico pero cercano y acogedor para él mismo. Un singular viajero romántico que logró un extenso recopilatorio de datos, costumbres y láminas con las que el futuro lector conseguiría adentrarse en la España que el autor atravesó en numerosos viajes y excursiones, en unas fechas muy anteriores a las guías actualmente existentes y a las pantallas de nuestros dispositivos, que nos abren auténticas ventanas para viajar pulsando un botón, todo gracias a sus dotes de creatividad gráfica. Posteriormente se han realizado nuevas ediciones, así como numerosas publicaciones analizando sus incursiones por las diferentes poblaciones que visitaba, así como exposiciones conmemorativas de su obra. Por eso, a continuación, hemos seleccionado algunos de esos dibujos que realizó durante su estancia aquí y que nos sirven para intentar reconocer esa añeja ciudad intramuros que ha evolucionado hasta nuestra época.

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1830 Sevilla vista desde la Cartuja, acuarela R. Ford. (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando).

Comenzamos con dos panorámicas de la ciudad recientes a su llegada en 1830,  primero una estampa desde la Isla de la Cartuja, imposible hoy en día por los numerosos edificios y puentes construidos, la segunda desde San Juan de Aznalfarache, donde ahora vemos el metro y un curso diferente del río.

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Sevilla desde el Aljarafe, en San Juan de Aznalfarache, dibujo de R. Ford en 1830. (Colección Familia Ford en Londres).

En enero de 1831, el británico nos dejaba la siguiente vista angular en la que ya observamos los Jardines del Cristina y el comienzo del Paseo de las Delicias, recién inaugurados unos meses antes en 1830. En el centro, la bella fachada principal del Palacio de S. Telmo, escoltado al fondo por la Real Fábrica de Tabacos a un lado y al otro por un río Guadalquivir embocando el desaparecido meandro de los Gordales, que también vemos en el anterior dibujo.

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Vista de San Telmo, dibujo de R. Ford en 1831. (Colección Familia Ford en Londres).

A principios de 1831, plasmaba una majestuosa Giralda vista desde la calle Abades, probablemente como la vería desde la casa de Mr. Williams, vicecónsul inglés de la ciudad.

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Vista de la Giralda desde la c/ Abades, dibujo de R. Ford en 1831. (Colección Familia Ford en Londres).

Dicho diplomático ayudó a la familia Ford a establecerse aquí en una cómoda casa de la plaza de San Isidoro, ubicada en la esquina de las calles Jesús de las Tres Caídas y Augusto Plasencia y cuya parroquia del mismo nombre es el único edificio que sigue en pie. Esto explica las diferentes láminas que el autor hispanista dibujase de esa collación y sus alrededores en tales fechas.

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Plaza de San Isidoro, dibujo de R. Ford en 1831. (Colección Familia Ford en Londres).

Esa Sevilla decimonónica era aún la urbe guardada por murallas y torres almohades y por cuyas puertas se accedía a ella o se abandonaba saliendo hacía las poblaciones cercanas atravesando las huertas que la rodeaban. De esa reminiscencia arábe de la ciudad y sus exteriores también nos dejó algunas muestras, como la siguiente, en la que vemos la Puerta de Carmona, a la que llegan los Caños de Carmona, así como el Convento de S. Agustín al fondo. Hoy observaríamos una transitada avenida de Menéndez Pelayo, justamente en la abandonada manzana de La Florida con los restos del arrabal de Benialofar en su interior.

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Vista exterior de la Puerta de Carmona con los Caños de Carmona y el Convento de San Agustín, dibujo de R. Ford en 1831. (Colección Familia Ford en Londres).

Debieron ser numerosas las ocasiones que la familia Ford entró en Sevilla por dicha puerta y pasaban por la entrada de la Casa de Pilatos, la cual plasmó en este dibujo de la plaza que todavía mantenía la fuente.  Al fin y al cabo era el camino hacia su casa en San Isidoro.

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La Casa de Pilatos desde la plaza, dibujo de R. Ford en 1831. (Colección Familia Ford en Londres).

De la misma época, vemos la cercana Plaza de las Carnicerías, que una década antes habían sido trasladadas al recién inaugurado Mercado de la Encarnación. Este abandono motivó, un lustro después de ser representadas por el autor inglés, que fueran derribadas, desapareciendo dicha plaza y pasando a ser integrada en conjunto con la colindante de la Alfalfa, que gana en espacio y arbolado en  su nueva y diferente fisonomía urbanística, llegando en un constante cambio evolutivo hasta nuestros días.

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Antigua Plaza de las Carnicerías, dibujo de R. Ford en 1831. (Colección Familia Ford en Londres).

Siguiendo este paseo a través del casco histórico por una vía de la cual también nos dejó una detallada descripción, como es la calle Cuna, llegaríamos a una Plaza de Villasís con un aspecto que, lamentablemente, difiere en su totalidad del actual.

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Vista de la diferente Plaza de Villasís, dibujo d R. Ford en 1831. (Colección Familia Ford en Londres).

Caminando unos pocos pasos más adelante, llegamos a la Plaza de S. Andrés, que aún resulta fácil de distinguir gracias principalmente a la parroquia que da nombre a la plaza y cuyo estilo mudéjar, tanto llamaba la atención del británico. 

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Parroquia de San Andrés, acuarela de R. Ford en 1831. (Colección Familia Ford en Londres).

Este transitar hacia el norte de la ciudad nos dirige por una bulliciosa calle Feria a otros ejemplos del mudéjar, como son la Parroquia de Omnium Sanctorum y el Palacio de los Marqueses de La Algaba, que precisamente alberga el museo de dicho estilo arquitectónico en la actualidad, y que aparecían conectados por aquel entonces.

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Palacio de los Marqueses de La Algaba y Pqa. de Omnium Sanctorum, dibujo de R. Ford en 1831. (Colección Familia Ford en Londres).

Continuando esta amplia ruta gráfica de Richard Ford, nos situamos en plenas collaciones de la Macarena y San Julián, zonas limítrofes con  la muralla que aún rodeaba íntegramente la ciudad, aunque por poco tiempo más, pero por suerte el autor dejó buena muestra de paisajes extramuros, así como de sus interiores y las puertas. A continuación vemos un tramo aún en pie, la actual calle Macarena a la altura de la octogonal Torreblanca y la desaparecida Huerta de los Toribios, ya que abarca entre el afamado Arco y la desapercibida Puerta de Córdoba.

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La Torreblanca en la muralla entre el Arco de la Macarena y la Puerta de Córdoba, dibujo de R. Ford en 1831. (Colección Familia Ford en Londres).

Tras perdernos por las estrechas calles de estos barrios, visitamos el compás de la iglesia del Convento de Santa Paula, que en dicha época contaba con más amplitud por sus huertas mucho más extensas, recordemos que las huertas eran características en toda esa zona norte. También, una vez más, aparece el mudéjar.

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Convento de Santa Paula, acuarela de R. Ford en 1831. (Real Academia de Bellas Artes de San Fernando).

Avanzamos en el tiempo de este trayecto hasta 1832, antes de que la familia Ford marchara a pasar la época estival en la ciudad nazarí, y en nuestro recorrido saldríamos por la que fuera la Puerta del Sol para situarnos ante el pórtico del Convento de María Auxiliadora y contemplar las vistas de la Catedral, tras unos Jardines del Convento del Valle, ubicados frente a la fábrica de salitre, donde hoy está levantado el edificio del Laboratorio Municipal.

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Sevilla vista desde la Puerta del Sol, dibujo de R. Ford en 1832. (Colección Familia Ford en Londres).

Avanzando por la ronda, junto a las puertas de esta zona, ya al final y una vez atravesado el arroyo Tagarete, aún sin estar abovedado bajo tierra, llegaríamos a un llano con pasado lúgubre debido al quemadero de la Inquisición, el mismo lugar que en la década siguiente albergaría nuestra primera Feria de Abril, este sitio no es otro que el hoy ajardinado Prado de San Sebastián.

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Sevilla vista desde el Prado de San Sebastián, dibujo de R. Ford en 1832. (Colección Familia Ford en Londres).

Dicho prado recibe el nombre de la Ermita de San Sebastián y su cementerio existentes al fondo del mismo y que vemos a continuación, corazón actual del barrio de El Porvenir y sede de los blancos nazarenos de la hermandad de La Paz.

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Ermita y cementerio de San Sebastián, dibujo de R. Ford en 1832. (Colección Familia Ford en Londres).

Volvemos a tener otra vista del Paseo de la Delicias, inversa a la observada al principio y de aspecto más diáfano que el actual, puesto que en esas fechas todavía faltaba casi un centenar de años para la Exposición del 29, que tantos cambios y frondosidad vegetal trajo a la ciudad.

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Sevilla vista desde el Paseo de las Delicias, dibujo de R. Ford en 1832. (Colección Familia Ford en Londres).

Este paseo junto al río nos acerca a la Plaza de toros de la Maestranza, donde se sucedían las corridas de toros, tan llamativas como imposibles en su Inglaterra natal, Ford quedaba sorprendido por las costumbres que aquí iba conociendo y también por los personajes de toda calaña que encontraba por el Arenal y por los caminos peninsulares que recorrió hacia otras ciudades, tan recurrentes entre sus dibujos.

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Plaza de toros de la Maestranza, dibujo de R. Ford en 1832. (Colección Familia Ford en Londres).

Tras el coso taurino se hallaba el antiguo barrio de la Laguna de la Pajería, flanqueado a un lado por la Puerta del Arenal y al otro por la que vemos a continuación, la Puerta de Triana, tal como la encontraríamos al cruzar el antiguo puente de barcas desde el arrabal alfarero y marinero. Años después, puente y puertas desaparecerían, sustituido uno y derribadas las otras, como triste costumbre por estos lares.

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Vista interior de la Puerta de Triana, dibujo de R. Ford en 1832. (Colección Familia Ford en Londres).

Nuevamente en el interior de la ciudad, es también en 1832 cuando el autor nos dirige al verdadero epicentro de majestuosidad de la ciudad, la montaña catedralicia y uno de sus monumentos vecinos más emblemáticos, el Real Alcázar de Sevilla, cuya Puerta de la Montería o del León vemos aquí representada en una Plaza del Triunfo con viviendas adosadas al muro, entre ellas la conocida como casa de Juan Diente.

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Puerta de la Montería del Real Alcázar de Sevilla y el templete de la Plaza del Triunfo, dibujo de R. Ford en 1832. (Colección Familia Ford en Londres).

Son numerosos los dibujos de estos lugares, pero ahora observamos uno del Patio de las Doncellas de una calidad muy fina realizado con todo lujo de detalles, especialmente en las yeserías. Esta minuciosa obra se debe a que la esposa Harriet es su autora, dado que tenía mayor conocimiento, por sus estudios, para este tipo de trabajos que su marido, más afanado en lo paisajístico.

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Patio de las Doncellas del Real Alcázar de Sevilla, dibujo de Harriet Ford en 1832. (Colección Familia Ford en Londres).

Ya en el último regreso a Sevilla del periplo veraniego en tierras granadinas y establecidos entonces en el Palacio de Monsalves, la familia británica va a pasar los que serán sus últimos meses en la ciudad. Antes de pasar a 1833, fecha de su marcha, volvemos a saber como era la apariencia del buen lugar de residencia.

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Portal y casa de los Monsalves, dibujo de R. Ford en 1832. (Colección Familia Ford en Londres).

Como antesala de la inminente salida, vemos la Puerta Real en su cara interior, la plazoleta donde aún hoy siguen en pie esos característicos soportales. Para dirigirse hacia Granada, la salida natural era la Puerta Carmona,  aunque quién sabe si, por cercanía al hogar, fue esta la última imagen que los Ford tuvieron de las entrañas de la ciudad que los acogió y así poder recorrer el camino junto a la cerca que tanto les gustaba.

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Vista interior de la Puerta Real o de Goles, dibujo de R. Ford en 1832. (Colección Familia Ford en Londres).

Ya hemos culminado nuestra primera ruta de la mano de Richard Ford, es 1833, el viajero ha partido hacia Granada antes de regresar a las frías y húmedas islas. Así que para finalizar, nos despedimos con la estampa de la Hacienda de San Bartolomé o Guzmán, a escasos kilómetros de Sevilla, como ejemplo de esos cortijos andaluces que trabajan el tesoro óleo de nuestras tierras y que permanecen actualmente.

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Hacienda de San Bartolomé, en La Rinconada, dibujo de R. Ford en 1833. (Colección Familia Ford en Londres).

Tras este extenso recorrido, descansen y regresen para seguir descubriendo esta urbe que, al parecer, no tiene lugar para dedicar una calle a este peculiar viajero. Esperamos que hayan disfrutado de esta peculiar visita a Sevilla Legendaria.

 

J.M.

11 comentarios sobre “Richard Ford en Sevilla.”

  1. Quien tuviera ese trazo.Algo por decir que me ha llamado la atención es la ausencia de pavimento de ningún tipo en general. La lluvia en Sevilla es una maravilla pero en esa época lo que tenía que ser es una aventura de carros y carretas.Muy buen post

  2. Gracias Pepe por tu lectura y opinión. No podemos quejarnos de los dibujos que nos dejó y como bien has observado ese era el estado de las calles de Sevilla hasta bien entrado el pasado siglo XX. Saludos.

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